¿Cómo le dices a una persona que hace meses salió de tu vida que la echas de menos?
A menudo nos quedamos con esa intriga en nuestra cabeza, no sabemos cómo decirlo y simplemente no lo decimos.
Llámalo miedo al rechazo por la otra parte o simplemente, orgullo.
Yo soy una orgullosa que está orgullosa de serlo.
Nunca digo que necesito a una persona más de lo habitual. Hasta que te encuentras con alguien que realmente es necesario o tienes esa sensación de que lo es en tu vida.
No nos equivoquemos: nadie es imprescindible en ella. Puedes prescindir de todo el mundo y quedarte con los fundamentales.
Pero, a veces conoces a personas que te marcan de por vida. Y no quieres renunciar a ellas. No es que no puedas, es que, realmente no quieres.
Sufrimos un conflicto cabeza y corazón donde no sabemos qué hacer:
El primero te dicta que sigas tu camino y no mires atrás, que lo superarás, que un día lo que echas de menos al otro lo echas de más. El segundo, es lo que te complica esa decisión. El corazón a veces entiende algunas razones que la cabeza no puede justificar. E aquí el problema.
Si me preguntas por una solución: no sé dártela. Podría decirte que arriesgaras, que te dejaras llevar por lo que realmente sientes por dentro, pero sería un error que alguien que no lo lleva a cabo, te lo dijera: no puedo pedir a alguien lo que realmente yo no doy.
Así que mi consejo es, que hagas lo que creas conveniente. Si te doy una razón para no ser como yo, es por lo siguiente: al final, lo que no se dice, se queda dentro. Tan dentro, que presiona. Tan dentro, que empuja y absorbe el tiempo de reflexión de tu cabeza en otras cosas. Tan dentro, que al final duele como si cien personas se hubieran marchado para no volver. Porque esa persona quizás vale por mil.
Al final, vives con un recuerdo constante que te persigue.
He llegado incluso a anotar qué diría y cómo lo diría.
Por eso, sé que es real que echo de menos a esa persona: porque lo escribí pero nunca llegué a decírselo.
Seguro que piensas a estas alturas del texto que soy una cobarde, que debería arriesgarme, llamar a esa persona, y decírselo. Enviarle este texto y que sacara sus propias conclusiones.
Pero la realidad, es que soy humana, a veces me equivoco, a veces no sé qué hacer aunque parezca segura de todo lo que estoy haciendo.
Y bien, ¿cómo le dices a una persona que la echas de menos?
Eso sólo depende de ti.
Unas veces se gana,
y otras se aprende.
Pero créeme, hagas lo que hagas: nunca se pierde.
Autor: Menchu Romero
A veces el amor de tu vida llega después del error de tu vida. Es una afirmación que oímos continuamente. ¿Pero estamos de acuerdo con ella? El amor llega y llega cuando llega. Esa es la verdad.
Los momentos que vivimos son distintos y no es lo mismo vivir un amor a los 15 años que a los treinta. El amor es un sentimiento y desde ahí no hay edad. Pero si puede haber diferencia en lo que entendemos por amor. Y de este entendimiento de lo que el amor puede ser en un momento de nuestra vida o en otro, viene la famosa frase de : «el amor llega después de un amor errado»
No hay amor errado. El amor sabe convivir con lo que le desagrada. El amor consigue convertir el desagrado en una anécdota del camino del amor. Si hay amor errado es que igual confundimos amor con atracción. La atracción es fenomenal, es la primera sensación que nos dice que podemos amar. Pero igual se queda en eso, en un deseo sin que llegue a cuajar el amor.
Todos deseamos el amor de nuestra vida y puede llegar después de una decepción (decepción igual a error), ¡pues bienvenido sea! y dejemos atrás (sin acordarnos siquiera) a la persona con la que no conseguimos congeniar.
La vida es relación, y nos relacionamos continuamente y de estas relaciones vamos aprendiendo lo que realmente nos gusta y nos hace sentir bien.
Si estamos en sintonía con nosotros, seguro que entraremos en sintonía con el amor de nuestra vida. Y entonces diremos: «nos ha llegado» y lo viviremos con pasión, atracción y… amor.
Alejarnos rápidamente de un amor erróneo es necesario. Lo importante en el amor, es no cerrarnos a él porque hayamos tenido una experiencia que nos ha desagradado.
Podría escribir una carta de amor, podría decirle al mundo como siento que todo se desgarra
dentro de mí, ahora que no te tengo.
Pero la verdad es que prefiero darte las gracias. Hace tres meses que te has ido y cada día ha
sido una carrera de fondo. He pasado por muchas fases distintas, he sentido que, sin ti, la vida
no merecía la pena. Muchas noches me he acostado preguntándome qué sentido tenía
despertarme si no era contigo. Me he preguntado constantemente como puede ser que
decidas despertarte conmigo el primer día del año, y que, el último día de ese mes, decidas
que es mejor seguir caminando, sin mí.
Las respuestas no fueron fáciles de encontrar, y, a su vez, siempre habían estado ahí. La vida es
una rueda que nunca deja de girar y eso no iba a ser distinto con nosotros. Todo estaba en mi
contra y yo, sin darme cuenta, me deje pisar. Tomé malas decisiones y al final rompí lo que
más quería. No es fácil luchar por algo, pero es más difícil cuando no te das cuenta de que lo
estás estropeando.
Noventa días después he decidido sentarme aquí, en la misma silla en la que te escribí tantas
poesías, tantos textos, tanta vida. Supongo que es el momento adecuado, el primero en el que
me siento preparada. Muchos me preguntan cómo sé que eres el amor de mi vida y las
respuestas se me agolpan en el pecho. Te amo mil veces más que el primer día, una intensidad
que no varía ni una pizca desde que te has ido. Sin estar presente me has enseñado miles de
cosas, me has devuelto las ganas de vivir, aunque quizá, sin darte cuenta, me hayas quitado las
de amar. Porque contigo es fácil, pero con los demás me tendría que esforzar. He estado
ochenta y nueve días sin llorar, tratando de demostrarme a mí misma que soy una persona
nueva. No quería llorar porque en cierto modo, no tenía por qué. Tú me amas tanto como te
amo yo a ti y, llegados a este punto, eso es lo único que tiene que importar, a pesar de que no
estemos juntos. No volverte a ver sonreír o ser la causa de tu risa no puede borrar tantas otras
que te he robado. He intentado mentalizarme de que lo mejor que puedo hacer es atesorar
todos esos recuerdos, en lugar de revolverme en el dolor de no crear otros nuevos.
Quizá muchos no lo entiendan, pero es que ellos no te conocen. Muchos me han dicho que
pase de ti, que te olvide, y claro, que me van a decir si no saben lo que eres. ¿Qué eres? Me
podrían preguntar y eso, al final, es fácil de contestar.
Sencillamente eres mi mitad.
Que te voy a decir que no sepas, tú lo has vivido, lo has notado y lo has sentido.
He estado con otras personas antes, con algunas de ellas mucho tiempo, y, aun así, no he
conocido jamás a nadie que me haga sentir frágil y segura al mismo tiempo. Que con una
caricia o una sonrisa pueda darle color al día más gris.
Sencillamente, eres lo mejor que me ha pasado.
Pero la vida sigue y si algo me has enseñado es que tengo que luchar, todos y cada uno de mis
días, para cumplir mis sueños. Que quiero ser la mejor versión de mi misma levantarme todos
los días con una sonrisa sea cual sea la situación.
Sé que eres el amor de mi vida porque me haces querer ser mejor persona, mejor hija, mejor
pareja, mejor mujer. Me haces sentir que todo es posible, me haces ser feliz, aunque ya no
estés.
Me haces, y me haces ser, yo, independientemente de cualquiera.
Pero qué bonito es ser contigo.
Así que me despido. Estoy totalmente enamorada de ti, y que, aunque a veces duela, me
encanta. Que volveré a querer a otras personas, pero nadie será lo que eres tú. Es verdad que
todavía tiemblo cuando suena el móvil por si eres tú, que todas las noches sueño contigo y me
despierto sofocada y entumecida por tu ausencia. Es verdad que me muero por ti, como nunca
lo ha hecho nadie jamás.
Ojalá la vida nos vuelva a juntar, pero mientras tanto, quiero que sepas que estoy luchando,
sonriendo. Estoy siendo feliz, justo como tu querías, justo como me has hecho querer.
Siempre serás la suerte de mi vida.
Otros escritos del autor:
Chuparse el dedo, regresar al seno materno
Regresaré al seno materno. Regresaré al lugar donde sentí la seguridad por primera vez.
El lugar nutritivo donde yo, ser único, solo vivía para vivir.
Tiempo sin tiempo en un espacio prestado que me expulsó sin que yo supiese porqué.
Y yo hoy aquí, chupándome el dedo
Y yo hoy aquí, chupándome el dedo. Me aferro a un recuerdo que no dejo ir: la seguridad de formar parte de ti.
Y sigo chupándome el dedo. Mi lengua saborea mi piel, en un pequeño éxtasis donde, no existe nada más que este gran placer. Pero algo lo interrumpe; es el caos de unas sensaciones olvidadas. Llegan a mi pensamiento como rayos negros que perforan mi placer.
Son sonidos de tripas, son movimientos caóticos que me bambolean como si de un terremoto se tratase. Son gritos que retumban en mi cuerpo… Caricias que recibo cuando yo menos me lo espero, y sueños. Sueños e ilusiones que me envuelven. Estoy en un mundo de sonidos, ideas y afectos que se tejen para que vaya percibiendo una realidad. Y yo allí sola, hecha un ovillo por ocupar un espacio pequeño. Nadie me pregunta, nadie espera mi respuesta… Nadie se pregunta por lo que siento
Lo peor que recuerdo es sentir el miedo
Lo peor que recuerdo es sentir el miedo. No recuerdo yo mi miedo, pero si el miedo de seres que me rodeaban, que entiendo que están ahí, pero que no veo.
Es el miedo que describe el terror que sienten, de que yo, una ilusión, no sea su ilusión.
Y yo aquí, chupándome el dedo, para volver a sentir la seguridad de un lejano recuerdo.
¿Es mi recuerdo guay? ¿O es el recuerdo que he tejido por leyendas escuchadas y que yo me he creído?
Hoy dejaré de chuparme el dedo. Hoy cortaré el hilo que me une a una historia aprendida. Hoy empezaré mi historia, sin chuparme el dedo.
Hacer nuevos amigos cuando empezamos un nuevo curso o un nuevo trabajo es un reto que a todos nos crea inseguridad. Nuestro ego quiere ser aceptado y quedar bien.
Haber vivido situaciones similares, no impide que volvamos a pasar por la experiencia de “ser el nuevo”; no impide que todas las caras se vuelvan a nosotros con curiosidad y sintamos que tenemos que darnos a conocer y salir airosos de la situación. Tranquilos, también ellos están viviendo la misma experiencia, aunque se sientan protegidos por el grupo.
El primer paso es «caer bien» en el nuevo grupo
Todos sabemos que hacer amigos es diferente a sentirnos bien entre personas que empezamos a conocer, por lo tanto el primer paso es “caer bien” en el nuevo grupo.
Pasos para caer bien
Presentate
Dar a conocer datos sobre donde vives, cuales son tus aficiones te facilitará encontrar personas afines a ti. Da nombre sobre amigos tuyos, puede haber conocidos comunes.
Sé tu mismo siempre
No intentes impresionar. No opines sobre temas que no conoces demasiado. Es más útil escuchar y aprender, ya encontrarás el momento para dar tu opinión cuando la tengas más trabajada.
No cambies tu forma de vestir, por asemejarte al estilo del grupo. Usa la ropa con la que te sientes bien.
No te aisles:
Participa en actividades comunes. Sé una persona disponible y fácil de encontrar. Evita el mal humor.
“¿Qué os parece si?” es una buena fórmula para iniciar nuevas propuestas.
Ten iniciativa cuando participes en reuniones de estudio o trabajo o para proponer encuentros lúdicos.. “¿qué os parece si?” es una buena fórmula para iniciar nuevas propuestas.
Y como conclusión:
Se una persona que sonríe y que no entra en cotilleos. La buena educación, es valorada en todo grupo humano. No tengas prisas para entablar amistades. La amistad puede llegar más tarde. La amistad, muchas veces, es cuestión de cercanía y tiempo. Lo importante ahora, es que te sientas bien y aceptada en el nuevo ambiente con el que has comenzado a relacionarte.
Y además una curiosidad:
Si te acercas a un grupo y ves que todos sus pies se dirigen al centro…, mira como te acercas o pasas, porque con sus pies te están diciendo (por lo menos en ese momento): «estamos cerrados»
Las manillas del reloj
Acabas de marcharte y ya te busco, tengo en mi cuello tus besos sellados como una carta de amor de esas que te elevan al cielo y que te acogen para que no caigas. Me tienes en una constante sintonía, en París o en Venecia, donde sea.
Te marchas y ya cuento los segundos que faltan para que vuelvas a subir en el ascensor que tanto odio y me rocíes de caricias con tanta delicadeza que reventaríamos el mismo paraíso para convertir el nuestro. Todavía huelo tu perfume, el que es culpable de que mis sábanas hace tiempo se hayan convertido en tu cómplice.
Tú, que me haces bailar Sabina a las tres intentando no derramar las copas de vino que bailoteaban a nuestro alrededor siendo testigos de nuestro amor. Tú que eres culpable de la resaca al día siguiente por las risas que se convierten en banda sonora.
Tú que me quieres queriéndome, desmelenada, soñadora e imperfecta
Tú que me quieres queriéndome, desmelenada, soñadora e imperfecta.
Y yo que quiero que vuelvas, porque contigo las manillas del reloj saltan y se esconden en cualquier sitio para que el tiempo no nos toque los talones.
Y te marchas, pero sé que vas a volver haciendo que mis mejillas parezcan dos volcanes a punto de erosionar. Y que te quedarás mirándome como si en mis ojos encontraras qué sé yo. Te las arreglas para hacerme sentir en el cielo y me pierdo en el tiempo cuando tarareas en mi oído esas canciones que agarran fuerte a los besos que nos repartimos sin cesar. Dime, por qué si sé que volverás te echo de menos, dime por qué no rompemos las manillas del reloj.
Dime, por qué si sé que volverás te echo de menos, dime por qué no rompemos las manillas del reloj
Otros textos del autor:
.- Con ganas de vivir a todo gas
Espe García Serrano – blog
Twitter: @essspegarcia
Instagram: @essspegarcia
FB: Espe García Serrano
No lloro por lo que terminó, sonrío porque sucedió
Ayer solo sentía alegría al pensar en ti. Hoy el cielo no contiene ninguna estrella cuando te recuerdo.
¿Cómo ha podido cambiar tanto nuestra historia?
Nuestra historia no ha cambiado… En la memoria del tiempo sigue siendo la misma, pero yo… yo, si he cambiado cuando pienso en ti.
No soporto recordar, recordarte en los momentos en que nuestro lema era la complicidad. Aceptar, la desilusión de, que ya no estés en mi vida al 100 % era parte del trato pero… ¡Como me resisto a mantener ese trato con una sonrisa! ¡Como me resisto a prescindir de tu complicidad!
Hoy pienso en ti, hablo de ti como si de un “jero” se tratase.
Mañana aprenderé a no llorar por lo que terminó, aprenderé a sonreír porque sucedió, pero ahora, ahora déjame que me desahogue, ya ves…, llamo a nuestra complicidad.
Me permitiré, con rabia, manifestar mi sentimiento hacia ti.
¿Te creías perfecto? Porque no era así. Yo te hacía perfecto a ti.
Si te llega que estoy dolida, no te lo creas. Si oyes que estoy rabiosa, no te lo creas. Simplemente recuerdo con fuerza lo que no me gustaba de ti.
Dejarte ir hoy no lo haré, pero mañana si. Y pasarás a ser mi sonrisa en el recuerdo de una complicidad que llegó a su fin. Pasarás de ser «un Jero» para volver a ser «Guay». Pasarás a ser una de mis historias, entre otras que me hicieron feliz.
Mañana pensaré en mi y en los momentos que disfruté contigo. Mañana mi cielo estará lleno de estrellas, porque yo te miraré como alguien con quien fui capaz de descubrirme, y mi centro no serás tú. El centro de mi historia seguiré siendo yo.
No lloro, sonrío hoy.
Un grito en la noche… Asusta a cualquiera; menos a ti.
Me conoces y sabes que es un grito, explosión de mi alegría. No te he visto, pero sé que llegas, como tantas veces.. de imprevisto.
No se te ocurre llamar, llegas a tu casa. Y como de un lobo solitario se tratase, piensas que no necesitas más que tu llave para entrar.
Tu llave, esa sonrisa que hace de tu cara un dulce
Tu llave, esa sonrisa que hace de tu cara un dulce, que no me resisto a aceptar. Un dulce que entra en mi cuerpo y que borra toda contrariedad que haya sentido durante el día
¿Y si un día no estoy sola? ¿Y si un día no lanzo ese grito?
No importa, no te sentirás molesto; entrarías en el juego de intentar ser tres. De formar parte de lo que esté viviendo en ese momento. Te quiero. Pero a veces me “descompones”: vives tu día, mi día, sin pensar que después llega otro detrás. Cada día, para ti es, un espacio cerrado de 24 hora.
Sé que «no soy la otra», pero también sé que que no buscas el compromiso
Sé que «no soy la otra», pero también sé que que no buscas el compromiso, que cada día lo vives, como si de una habitación cerrada se tratase.
Me río sola, recuerdo el momento en que te comenté: ¡tú y tu vida de pasillo largo!, con tus muchas habitaciones, una junto a la otra, y que cuando las vas abriendo: siempre estoy yo.
Me miraste, me volviste a mirar, cogiste aire… y te acariciaste la mejilla perplejo. A mi me salió, no el grito, pero sí la carcajada: “te había pillado” y tú te resistías y aún te resistes a decirme: Si, en mi vida estás tú en primer lugar.
Sé que te quiero. Sé que te querré porque tengo memoria de lo que vivo, de lo que hemos vivido y de lo que quiero seguir viviendo. Y si te tengo que olvidar… no me será fácil.
Itziar
Más textos: Amor, solo amor
“Lo que solemos llamar desesperación, es solo nuestra dolorosa hambre de esperanza.” (George Eliot)
Mi boca lleva de bandera el sabor de la tuya desde el día en el que el calor del asfalto, en pleno agosto, no llegaba al que sentíamos al rozarnos. La ansiedad termina cediendo espacio a la estabilidad, y dudas si realmente está bien; acomodarse en el infierno termina por calcinarte. Sabes que el fin existe y que está en tu mano abrazarlo o apartarlo lejos, atarlo y silenciarlo con cinta americana. Eliges lo segundo; la estabilidad del infierno.
Llena de llagas susurras que soplando muy fuerte lograrás enfriarlo,
Aquel infierno antes fue océano
que aquel infierno antes fue océano y ya no puedes renunciar a él. Eres fuerte y aún sabiendo la toxicidad del fuego persistes en entrar en calor antes de nadar en aquella inmensidad que a tantas marineras se ha tragado.
Te pensaste hidra de Lerna y terminaste como un animal agachando la cabeza por cariño. Soportando lo insoportable. La angustia terminó por conquistarte y lo que más te torturaba era pensar en que tu madre se culparía por aquella libertad concedida si conociese el ardor de aquel mar.
Más tarde, la cara húmeda del mal mojaría mis labios con lágrimas, arrepentido por las quemaduras. Quemaduras que repetiría de nuevo con más intensidad, con brasas en la lengua, apuntándome a la retina y al tímpano.
No pides ayuda, porque piensas que los puedes arreglar
No puedes pedir ayuda porque eso sería zanjar algo que tú crees que puede arreglarse, pero arreglar cristal roto con saliva nunca ha dado resultado. No puedes pedir ayuda porque tienes fe en que puedes impulsarte sola para salir de todo esto, pero después del empuje nunca llegas a la superficie y cada vez estás más cansada. No pides ayuda porque crees que es debilidad, es decepción y sobretodo, profunda tristeza para aquellos a quienes adoras. No pides ayuda porque ya es tarde.
No pides ayuda porque ya es tarde
Texto escrito por:
Marta González