Domingo 5 de abril de 2020. Y ya estamos en abril. Más de tres semanas de cuarentena y ya no sé si reír o llorar. Supuestamente ahora debería estar en la playa de Santa Pola con mis amigas disfrutando de nuestras merecidas vacaciones de Semana Santa . No ha sido un comienzo de año fácil, pero la situación que estamos viviendo ahora no se la habían imaginado ni los guionistas de “Cuéntame”. En cambio, aquí estoy, otro domingo más tirada en el sofá. ¡Ojo! quien dice domingo, dice cualquier otro día de la semana, porque (no sé si a vosotros os pasa) la noción del tiempo
se ha diluído igual que mis vacaciones.
Los días transcurren sin pena ni gloria. Por las mañanas me conecto y trabajo. Aunque no os voy a engañar, tampoco hay mucho que hacer. Ante el temor de que vean que soy prescindible, he rescatado viejos proyectos de la empresa y les estoy dedicando más tiempo que a mi TFM . Eso sí, he vuelto a compartir algún que otro meme con mis compañeros de trabajo. Estamos todos preocupados, pero qué sería de la vida sin un poco de humor. Además, los creadores de memes también necesitan ganarse el sueldo, no?
La mayoría de los días, después de salir a aplaudir puntualmente a las 20:00 (o 19:59, 19:58, 19:57 como viene siendo habitual últimamente), mis amigas y yo hemos cogido la costumbre de llamarnos y charlar. El viejo “¿Quedamos para tomar algo después del curro?” se ha convertido en “¿Nos quitamos los pijamas, soltamos los moños, nos ponemos una camiseta medio decente, y nos llamamos?” . Pues eso. Hablamos un poco de todo: comentamos las últimas cifras del virus, el último famoso/famosa que se ha contagiado, la de mascarillas que haríamos si supiéramos coser, y esas cosas
. Me lo paso bien, pero echo en falta algo más. No me refiero al contacto físico, sino a experimentar algo nuevo. Comprendedme, llevo más de tres semanas haciendo exactamente lo mismo y hablando exactamente con la misma gente, y aunque lxs quiero mucho a todxs (incluída mi vecina), echo de menos conocer gente nueva.
Un día, pensando en todo esto, me sentía un poco decaída y decidí acudir al único sitio que lograba subirme el ánimo (y el autoestima) a golpe de click: Tinder . ¿Seguía la gente usando Tinder durante la cuarentena? Por un momento casi me echo atrás, ¿a qué iba ahora a esa red social a ligar cuando ligar era precisamente el último de mis problemas? Aún así, después de sopesarlo 2 segundo, abrí la App. ¡Hola solterxs confinados! ¿Todo bien?
Tanteé las opciones que tenía. Hacer match con alguien me llevaría a entablar conversaciones con personas desconocidas, algo de emoción en mi vida. Pero casi siempre que he usado Tinder, las conversaciones derivaban en citas y éstas en algo más. ¿Ahora qué? ¿Alargaríamos las conversaciones otras interminables tres semanas? En fin, mejor eso a seguir hablando por las noches con mi gato sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos .
Empecé a deslizar entre perfiles y perfiles. Me di cuenta de que no había mucha variedad pero por pura dinámica di like a algunos de ellos y empezaron las conversaciones: “¿Qué tal? ¿Cómo llevas la cuarentena?”. Eran conversaciones vacías, no sé qué esperaba encontrarme cuando el único tema que predomina en todas las conversaciones era el estado en el que estamos
. Pero seguí hablando. Que si “muy bien” por aquí, que si “me aburro” por allá… Con uno de los chicos, llamémoslo Señor Cuarentena, la conversación siguió fluyendo. No era nada del otro mundo pero me lo estaba pasando bien descubriendo qué hacer cuando no puedes hacer nada. Hablamos bastante, nos dimos los números y seguimos hablando
. A veces el tono subía y una noche, me propuso hacer una videollamada. Acepté (inocente de mí). Al descolgar, no fue su cara precisamente lo que me encontré y en un milisegundo cientos de ideas pasaron por mi cabeza. ¿Qué narices estaba haciendo? Quería un poco de emoción en mi día a día, cierto, pero del tipo de “¡Anda! me he encontrado 5€ en ese abrigo” en vez de “¡Anda! un pene”
Colgué al momento, bloqueé al Señor Cuarentena y llamé a mis amigas para contarles lo sucedido. Nos reímos mucho, de esa risa terapéutica que hace que te olvides de todos los problemas . Algunas me llamaron antigua y otras apoyaron al cien por cien lo que hice. No creáis que soy una mojigata, pero si bien descubrí las virtudes y ventajas del teletrabajo, el teleorgasmo todavía no era para mí. Decidí que Tinder tendría que esperar y a punto de cerrar la aplicación y borrarla del móvil hasta nuevo aviso, vi una cara conocida: el vecino al que me encontré en las escaleras hablando con la vecina de abajo. Bueno, no tenía mucho que perder, superar al Señor Cuarentena era difícil así que le di like y esperé… Fue un match.
Por si te lo has perdido: